La fuga más espectacular protagonizada por Sean Connery fue la de asociar para la eternidad su imagen a la de James Bond y ser capaz de dejar atrás al personaje para consolidar una carrera artística de un prestigio inigualable. El actor escocés (Edimburgo, 1930) ha muerto este sábado a los 90 años “apaciblemente, mientras dormía, en su casa de las Bahamas, después de un breve periodo de enfermedad”, ha explicado su hijo Jason.
Connery nunca olvidó los dos rasgos principales que le marcaron desde un principio: su origen humilde y escocés. Y se encargó de devolver con creces ambas deudas.
Nacido en un barrio de clase obrera de Edimburgo, el hijo de un conductor de camión y de una limpiadora llegó a ser el icono por excelencia de la elegancia, la clase y el éxito. Y no necesitó deshacerse de su marcado acento escocés, aunque durante años sí camuflara su calvicie: cuando dejó atrás a Bond ya no le dedicó ni un minuto de sus preocupaciones. La revista People le eligió en 1999 como “el hombre más sexy del siglo”. Cuenta el actor Alec Baldwin que, cuando le ofrecieron protagonizar La caza del Octubre Rojo y compartir cartel con Connery, respiró tranquilo. El escocés tenía para entonces sesenta años. “Fue en la primera secuencia que rodamos, cuando apareció con esa peluca plateada y se escuchó su voz, cuando me di cuenta de que yo no tenía nada que hacer, mi papel se había desdibujado ya para toda la película”.
No imaginó el joven Sean que su futuro estaba en el cine. Se alistó en la Marina Real inglesa en 1946, y a la vuelta ejerció de lechero, practicó culturismo y llegó a ganar un honroso tercer premio en un concurso de Mister Universo. Hasta que se enroló en una compañía ambulante de teatro y comenzó a conseguir papeles cada vez más relevantes. Antes de ser el agente 007, sedujo a Lana Turner en Brumas de inquietud y fue el amante deAnna Karenina, el conde Vronski, en la adaptación de la obra que realizó la BBC en 1961.
James Bond cambió su vida. Resultaba difícil pensar que un actor escocés encarnara al sofisticado agente secreto surgido de la imaginación de Ian Fleming, un escritor culto, atildado y esnob, educado en el colegio privado de Eton, la cuna de las élites británicas. Fleming se mostró horrorizado ante la elección, para la que se habían barajado nombres como Cary Grant o David Niven. Cuando vio a Connery en Agente 007 contra el Doctor No, el escritor rehizo parte de sus novelas y guiones para darle a su protagonista una ascendencia medio escocesa.
“Fue un privilegio haber conocido a Sean. La última vez que hablé con él estaba claro que la salud le estaba fallando, pero la voz, el espíritu y la pasión que todos amábamos en él seguían ahí. Le echaré de menos. Escocia le echará de menos. El mundo le echará de menos”, ha escrito la ministra principal escocesa, Nicola Sturgeon, al conocer la noticia del fallecimiento. La suya ha sido una más de la catarata de voces públicas que se han sumado a las condolencias. Actores, productores, políticos y hasta la firma automovilística británica Aston Martin, cuyo nombre ha quedado asociado para siempre a la imagen de Bond, pero sobre todo de Connery. “Descanse en paz, Sean Connery. Antes de interpretar a James Bond, sirvió a su país siendo un hombre joven, en la Marina Real, a bordo del HMS Formidable”, ha tuiteado el Ministerio de Defensa del Reino Unido.
La encarnación del espía “al servicio de Su Majestad” que consolidó la imagen del personaje a lo largo de siete películas, fue paradójicamente profundamente escocés y profundamente británico. “No somos dioses, pero somos ingleses, que es lo más parecido que se puede ser”, decía Peachy Carnehan, El hombre que pudo reinar, en la premiada adaptación del director John Huston del relato de Rudyard Kipling. Sean Connery y Michael Caine. Dos deliciosos iconoclastas que demostraron que la elegancia no tiene más receta que la autenticidad.
Mientras el resto de la humanidad se debatía en discutir quién era el mejor Bond, Connery siguió creando caracteres humanos con una virilidad y firmeza deslumbrantes. O con un magnetismo tan poderoso como la propia voz del actor. La persecución del conocimiento, la ternura y las dotes detectivescas de Guillermo de Baskerville, en El nombre de la rosa (1987); la honradez y dureza de Jim Malone, el veterano agente policial de Los intocables de Eliot Ness (1987); el Robin Hood tierno y crepuscular de Robin y Marian (1976); o Henry Jones, el padre excéntrico, pícaro y seductor de Indiana Jones en Indiana Jones y la última cruzada (1989).
Connery nunca olvidó Escocia. En 1967 dirigió por primera y última vez una película documental en blanco y negro llamada The Bowler And The Bunnet (El bombín y el bonete), en la que el actor relataba en primera persona la ruina que dejó atrás la reconversión de los astilleros escoceses. Y mostró su apoyo al movimiento independentista durante el referéndum de 2016 y en los años anteriores. Parte de su inmensa fortuna como actor la destinó a ayudar a los jóvenes escoceses, con la fundación Scottish International Educational Trust, que puso en pie en 1971. “Me pidieron que hiciera otra película de James Bond, y dije que no, porque estaba harto del personaje. Pero luego me di cuenta de que sería una buena idea dedicar catorce semanas de trabajo a Diamantes para la eternidad a cambio de que el millón de dólares del contrato fuera directamente a la fundación”, explicaba el propio actor en un documental sobre su vida realizado por la BBC.
“Tenía un carisma extraordinario”, cuenta allí mismo la actriz Julia Ormond, que interpretó a Ginebra en El primer caballero frente a un Connery como rey Arturo. “Y no sé si es algo que tiene que ver con tener o no vagina, porque conozco a muchas personas sin vagina que lo consideran increíblemente sexy”. Su capacidad de seducción correspondió a una era, hoy muy lejana, en la que cierta condescendencia verbal respecto a la violencia contra las mujeres era tolerada. Y Connery tuvo algo de eso. Su primer matrimonio, con la actriz Diane Cilento, duró 11 años y se vio teñido por acusaciones de malos tratos. Su segundo matrimonio, con la pintora franco-marroquí Micheline Roquebrune, duró hasta el final de su vida.
Asiduo de la Marbella de Jesús Gil, el glamur del actor acabó manchado por un asunto judicial de recalificación irregular de terrenos. Para entonces ya había fijado su residencia en Nassau, y nunca se presentó en el juicio con la excusa de una salud delicada.
Hoy, el James Bond que representa Daniel Craig es un personaje complejo y atormentado que duda de su propia vida sentimental, pero el actor británico ha definido a Connery como el hombre que marcó una era y un estilo, “con una chispa y una elegancia en la pantalla que podía medirse en megavatios”.
Mantuvo siempre los dos tatuajes de su paso por el ejército: “Mum and Dad” (Mamá y Papá) y “Scotland Forever” (Escocia Siempre). Los dos orígenes que le acompañaron siempre, “agitados, no revueltos”, como los Dry Martini de Bond.