Esta pregunta tan sencilla y tan brutal al mismo tiempo se la hace Bernardo Pérez Andreo (Nimes, 1970): «¿Por qué mueren de hambre treinta millones de personas al año cuando tres personas poseen la riqueza que las salvaría?». Filósofo y teólogo, profesor en el Instituto Teológico de Murcia OFM, en su nuevo ensayo, ‘La sociedad del escándalo‘ (editorial Desclée De Brouwer), se plantea, a partir del escenario de una sociedad «inmoral, insolidaria y fanática», el modo de poder evitar el fin -«en 2100 será imposible la vida humana sobre el planeta Tierra»- de la civilización.
– Sostiene usted que es necesario ser conscientes de la necesidad de empezar de nuevo.
-Sí. Es un hecho que vivimos en una sociedad donde reinan la desconfianza, el recelo y el miedo; pero también es una sociedad, un mundo, donde podemos hacernos cargo de la realidad y encargarnos de cambiarla. Conseguirlo es muy difícil, pero no imposible. Se podría acabar con los muchos infiernos que el modelo capitalista imperante genera en el planeta y que son imprescindibles para que subsistan los pocos paraísos donde la élite y a quienes ellos sirven se regocijan y solazan cada día. La élite mundial es hoy el 1% de la población, el resto somos la no-élite. Así fue y ha sido desde el Imperio Romano. Y si no cambiamos esto, así seguirá siendo hasta que el mundo reviente de injusticia.
– ¿Lo ve posible?
– Sí, porque los tiempos se están acelerando. El capitalismo hace que la injusticia sea cada vez mayor. Es cierto que crea riqueza a espuertas, pero a costa de la naturaleza y del ser humano. Lo que no dicen los analistas del capitalismo es que solo se crea riqueza si se crea pobreza; es falso que se pueda crear riqueza para todos, la riqueza se crea a base de generar pobreza en otros. Unos ‘otros’ entre los que se incluye, por ejemplo, la naturaleza explotada. Como muy bien ha mostrado Thomas Piketty, el capitalismo no solo es injusto, sino también ineficiente. Por ejemplo: se dedican noventa veces más recursos a investigar la alopecia que la malaria, algo que parece una gran estupidez a la hora de asignar los recursos, ¿no?, porque la alopecia no mata a nadie.
Lo que ha hecho el capitalismo es acelerar el proceso de acumulación. David Harvey, en su libro ‘Breve historia del neoliberalismo’, dice que el último momento del capitalismo, que para mí es el último momento de toda la historia de expropiación, es el de la apropiación por desposesión. Cuando ya no podemos extraer más de la naturaleza, cuando ya no podemos explotar más a los seres humanos, entonces tenemos que desposeer. Y eso es lo que ha generado lo que el Papa Francisco llama ‘la sociedad del descarte’. Hay una parte de la población que va a ser descartada directamente. Y eso va ‘in crescendo’. En el Imperio Romano, al que nos referíamos antes, en las épocas de bonanza ‘sobraba’ un 10% de la población, y en las más duras un 20%. Ahora mismo, tenemos un 30% de la población mundial -siendo este el momento de mayor creación de riqueza de toda la Historia- pasando hambre o en el umbral de la miseria. En estos ocho años de crisis -más que de crisis, yo hablaría de estafa-, resulta que los ricos han pasado de tener el 40% de la riqueza mundial al 53%. Amancio Ortega ha duplicado su riqueza en ocho años, y eso no se consigue solo siendo muy listo y muy inteligente, sino porque se aplican medidas políticas que lo favorecen. Medidas que van en la línea de destrucción sistemática de los Estados de bienestar que se habían creado después de la Segunda Guerra Mundial para aplacar al ‘ogro comunista’. El capital pactó con el mundo del trabajo, y eso nos trajo esos ‘Estados’ que, conviene saberlo, hay que decir que en muchos países se estaban pagando a costa de explotar el Tercer Mundo; eso hizo Suecia, por ejemplo. El capital no pierde nunca, lo que hace es decir ‘hasta aquí os dejo’. Mire, es imposible ser cristiano y capitalista. Se puede ser cristiano y liberal con precauciones; cristiano y marxista, con precauciones; cristiano de derechas o de izquierdas, con precauciones; pero no se puede ser cristiano capitalista, es imposible, un oxímoron. Alguien que defienda el capitalismo es anticristiano por esencia.
– ¿Por qué no actuamos?
– Porque no queremos hacernos cargo de la realidad. Tenemos, por una parte, y me refiero a las sociedades más opulentas en las que vivimos un poco aturdidos por ciertas riquezas y comodidades, una especie de síndrome de Peter Pan; no queremos crecer, no queremos arriesgar, no queremos ser responsables. Por otro lado, a ese modo de vivir un tanto anestesiados se une el hecho de que también vivimos con temor, atemorizados. Vivimos en una sociedad del miedo, y no queremos movernos mucho, no vaya a ser que perdamos también lo poco que tenemos. Lo hemos visto claramente durante estos ocho años de crisis: al que le dolía mucho, gritaba, pero a los que les dolía menos, no. Por eso no se ha producido un cambio.
Y también influye, en el hecho de que no nos sublevemos, no cambiemos, no nos tomemos en serio transformar la realidad, el que no haya una capacidad de pensamiento profunda. El ‘pensamiento Twitter’ más el ‘pensamiento PowerPoint’ nos han destrozado por completo. No tenemos capacidad de reflexión, algo muy grave a lo que se suma, por ejemplo, el claro interés, por parte de algunos medios de comunicación de masas, en convertirlo todo en un lodazal, también la política. No interesa la reflexión, no interesa el pensamiento.
– Expone en ‘La sociedad del escándalo’ que «la conclusión realista, nada alarmista ni pesimista, es que en 2100 será imposible la vida humana sobre el planeta Tierra».
– Y he sido optimista. No me gusta dar una imagen imposible del futuro que nos espera, pero soy consciente de que el futuro se presenta negrísimo. Quiero alimentar la esperanza de que si nos ponemos en firme a hacer algo, lo podremos evitar. ¿2100? Todo apunta a que en 2050 será muy difícil ya vivir en este planeta. Y no solo me refiero a la catástrofe medioambiental, sino también a la multiplicación de situaciones injustas, que pueden provocar barbaridades y guerras por todos sitios. Fíjese en algunas de las cosas que ya ocurren: ahí tenemos a miles de refugiados ‘asaltando’ la rica Europa; normal, ¿qué esperamos que hagan? Otro dato: está creciendo el denominado ‘land grabbing’, el acaparamiento de tierras productivas en África por parte de países como Arabia Saudí y China. Arabia Saudí no las tiene, lo que tiene es desierto, y el agua fósil se le está acabando. Lugares como Mozambique tienen ya una gran cantidad de tierras vendidas; se trata de producir de forma intensiva para los países compradores. La gente que vivía de esas tierras, con la complicidad corrupta de los gobiernos africanos, ha sido expulsada.
Dentro de este panorama de las cuatro grandes crisis -espacial, energética, ecológica y económica-, esta última es la más alarmante de todas porque el planeta se va al traste; de hecho, estamos ya en ello, y como destaca Naomi Klein en ‘Esto lo cambia todo’, la revolución ecológica nos llevará a la destrucción del capitalismo. Por eso los capitalistas no quieren hablar de ecología, porque saben que el planeta, a nivel ecológico, es incompatible con el capitalismo. Salvar las dos cosas es imposible. Hasta ahora, todas las medidas adoptadas han ido encaminadas a salvar al capitalismo y los capitalistas.
– También advierte usted de los peligros de una sociedad cada vez más fanática.
-Lo digo, por ejemplo, en el sentido de que estamos a las puertas de un neofascimo, o lo estamos ya viviendo, y no solo porque Donald Trump haya ganado en Estados Unidos, sino porque aquí, en Europa, los neofascistas están a las puertas del poder o influyendo sobre los gobernantes: en Alemania, Holanda, Francia… Es evidente que Angela Merkel ha cambiado su discurso, respecto a los refugiados, porque tiene a la extrema derecha comiéndole el terreno. Y, mire, lo peor de todo es que, como ya sucedió en los años 30, los propios trabajadores adquirirán el discurso fascista porque verán en peligro -por los refugiados, los inmigrantes, los pobres…- su, digamos, estatus. De hecho, a Hitler lo elevaron al poder, además de la burguesía, los trabajadores, el partido nacional socialista de los trabajadores alemanes. Cuando las sociedades se descomponen, el fanatismo es una respuesta, una forma de agarrarse a un clavo ardiendo.
– ¿Podría señalar algún cambio favorable que se esté produciendo?
-En la Iglesia Católica, con el papa Francisco se está produciendo un cambio, muy importante, que tiene de los nervios a buena parte de la curia, que opone resistencias muy profundas. Les deja patidifusos diciéndoles cosas como que no puede producirse un ‘gatopardismo reformista’. Las cosas deben cambiar radicalmente. ‘Señor, líbranos del espíritu del clericalismo’. El clericalismo es el gran mal de la Iglesia, la lleva matando poco a poco desde hace 1.500 años. El clericalismo es lo contrario al Evangelio, porque el Evangelio es solidaridad, justicia, amor, compasión, compromiso…, mientras que el clericalismo es estructura, gobierno y poder, un poder que utiliza para someter.
– Emergencia ¿Qué es lo más urgente?
-Parar el tren que se dirige al abismo, porque si no tiramos del freno de emergencia, pronto estaremos viviendo en un mundo lleno de esos miedos que pueblan nuestras películas y series de televisión: vampiros, zombis y jaurías humanas. Pronto el hombre será un lobo para el hombre y la humanidad un triste recuerdo en los sueños de algunos. Parece que eso es lo que quieren, que se multiplique todavía más el miedo en la ciudadanía. Es más fácil, dentro del capitalismo, imaginar el fin del mundo que su propio final. ¿El zombi qué representa? Son los refugiados, por ejemplo, los vivos que no viven, los que tienen que vivir a costa de comerse a los vivos, que somos nosotros. Los zombis son los parados, los refugiados, los que no tienen dónde caerse muertos. Todos ellos se convierten en una amenaza, una idea que se nos inculca también a través de la cultura popular; de este modo, llegamos a justificar la existencia de vallas y muros. Los argumentos se repiten: en una sociedad que vive muy feliz, surge un peligro terrible del que hay que defenderse como sea. Me gusta mucho la serie ‘The Walking Dead’ porque contemplas la ideología americana en estado puro: la violencia se legitima para defender el estatus.
Estamos llegando a un punto en el que las decisiones morales van a tener que ser blanco o negro, no habrá termino medio. Trump ha triunfado por la imposibilidad del imperialismo americano de seguir por la vía ‘cool’ de Obama. Por esa vía, Estados Unidos se iba a la mierda, digámoslo claro. Trump representa la vía fuerte, el par de narices, el vamos a hacer como sea lo que tenemos que hacer, y dan lo mismo las políticas incorrectas, los lenguajes machistas y todo. Lo importante es garantizarse la supervivencia, ser los más fuertes, ‘dominar’ el mundo, imponer el dólar. Era imprescindible, desde el punto de vista del imperialismo americano, que Trump llegase a la Casa Blanca porque a Estados Unidos se lo están comiendo Rusia y China. Estamos ahora mismo como en los años 30, inmersos en una lucha interimperialista. Con una gran diferencia: actualmente tenemos muchísimos más medios para matarnos y mayor capacidad destructiva. Vamos hacia una gran conflagración.
– ¿Y qué sucede con la llamada sociedad digital?
– Que se está transformando a pasos agigantados en una sociedad del escándalo. La mercancía en la sociedad del escándalo es el empujón, el tronco en el camino, para hacer caer al hombre en la insignificancia y anular su ser. El ser humano es usado como la piedra de tropiezo para sí mismo y los otros mediante la extensión de la sociedad digital, las redes sociales, etcétera. Lo público debe ser el lugar del respeto, donde los hombres nos identificamos y nos reconocemos, mientras lo privado es el lugar del autorreconocimiento de la identidad personal. Hoy, lo privado desaparece y solo queda una sobreexposición de los yoes sin ninguna identidad. El hombre ha sido vaciado, las marcas comerciales nos marcan y somos en función de lo que adquirimos. Ser yo mismo es muy cansado, es un acto de valentía y de sobreponerte de tu propia miseria. Es mejor deshacerte y diluirte, mediante las redes sociales, en relaciones que no son verdaderas, que no son cara a cara, ni exigentes.
– ¿Qué propone usted?
-Por ejemplo, abandonar las izquierdas y las derechas para avanzar hacia una actitud profética que nos lleve hacia la única opción viable y razonable: la revolución social en la transformación de las conciencias. Una simple renovación interior del hombre no cambia las circunstancias gravísimas que atravesamos, mientras que una pura revolución social no calaría en lo hondo del hombre y fracasaría, como todas hasta ahora. Necesitamos que se produzca ese doble cambio, esa doble transformación: la de la mente -alma- y la de la sociedad.
– ¿Por dónde empezar?
-Llegados a este punto, el infierno en que hemos convertido nuestro mundo, o nos planteamos vivir con menos o no habrá forma de vivir en absoluto. No hay alternativas, solo la alternativa del caracol nos puede salvar: ir despacio y que todo cuanto necesitemos pueda ir con nosotros. Por tanto, empecemos por reducir nuestro consumo, porque está clarísimo que no necesitamos tantas cosas. El consumo no es lo que nos constituye como personas, aunque es evidente que tenemos unas necesidades que deben ser cubiertas. Hay que cambiar el concepto de propiedad por el concepto de usufructo. Construir una sociedad en la que prime la economía del bien común. Y algo más: es fundamental habilitarte en el silencio, tomar posesión de ti mismo de una vez, buscar espacios de silencio y de soledad, saber relacionarte con las cosas y no dejar que estas se adueñen de ti. Solo una persona que ha llevado a cabo una revolución personal, interior, podrá de verdad llevar a cabo una revolución social.